
En el complejo entramado de las finanzas personales, la opción de «pagar el mínimo» en la tarjeta de crédito se presenta como un salvavidas, una válvula de escape para el mes ajustado. Sin embargo, esta aparente solución es, en realidad, el mecanismo más efectivo para transformar una deuda manejable en una losa financiera de años, si no décadas, de duración.
El pago mínimo, que suele oscilar entre el 2% y el 5% del saldo total, está meticulosamente calculado para cubrir casi exclusivamente los intereses del periodo, amortizando una cantidad ínfima del capital principal. Un informe de la Condusef detalla que, para una deuda media de $20,000 pesos con una tasa de interés del 45% anual, pagar solo el mínimo extendería el plazo de liquidación a más de 12 años, y el costo total superaría los $55,000 pesos. Es decir, se pagaría casi el triple de lo originalmente prestado.
La matemática es implacable y no perdona. El interés compuesto, esa fuerza que Albert Einstein apodó con sorna «la fuerza más poderosa del universo», trabaja en contra del deudor. Los intereses del mes siguiente se calculan sobre el capital no amortizado más los intereses generados y no pagados del mes anterior, creciendo de forma exponencial, como una bola de nieve que cae por una pendiente infinita.
Las consecuencias trascienden lo económico. La carga psicológica de una deuda perpetua genera un estrés constante, un sentimiento de ahogo que afecta la salud mental y las relaciones personales. Estudios del Instituto Nacional de Psiquiatría han vinculado el endeudamiento prolongado con mayores niveles de ansiedad y trastornos del sueño, creando un ciclo donde el malestar emocional dificulta aún más la capacidad de tomar decisiones financieras acertadas.
Para el sistema bancario, este modelo es fundamental. Los ingresos por intereses y comisiones de las tarjetas de crédito representaron más del 35% de los ingresos totales por cartera de consumo de la banca múltiple en 2023, según datos de la CNBV. Esto no es un error del sistema; es el sistema funcionando exactamente como fue diseñado: la facilidad de crédito se intercambia por la rentabilidad de la morosidad controlada.
La salida de este laberinto requiere de una acción contundente y consciente: dejar de pagar el mínimo. Los expertos de Profeco recomiendan destinar siempre un monto superior, incluso si es modesto, para atacar directamente el capital. Ese excedente, por pequeño que sea, interrumpe el ciclo vicioso del interés compuesto y comienza a reducir el plazo total de liquidación de manera significativa.
La educación financiera se erige como la herramienta de emancipación. Entender el Costo Anual Total (CAT), la forma en que se calculan los intereses y el impacto a largo plazo de pagar solo el mínimo, es el primer paso para dejar de ser un sujeto pasivo dentro de la maquinaria crediticia. La deuda deja de ser eterna cuando el deudor decide informarse y actuar en consecuencia.
La próxima vez que llegue el estado de cuenta, la decisión será clara: elegir la ilusión de un alivio inmediato que condena el futuro financiero, o optar por un esfuerzo mayor presente que garantice la libertad económica a largo plazo. La diferencia entre ambas caminos es abismal.